EL
PENSAMIENTO ESCULTÓRICO DE JUAN GILA
Fernando Castro Flórez
En
alguna ocasión ha señalado Blanchot que la representación
esquemática del hombre en las cuevas prehistóricas podría ser
interpretada no como un elemento de la composición sino precisamente
como la marca que da cuenta del autor del resto de las figuras: una
firma, por tanto, más que una imagen. El hombre trataría de
asegurar su responsabilidad para con su creación por medio de su
propia esquematización. La escultura podría cumplir, en ciertos
casos, una función derivadade aquella testificación. No me refiero
a algo tan evidente como que los ritos de la fertilidad, las formas
de lo femenino o lo sacro en general se rigen por una estructuración
espacial y objetual que han llegado hasta nosotros como restos de una
disposición estética arcaica. Más bien pretendo proponer una
lectura de la estatuaria que tiene por motivo a la figura humana y
más en concreto e busto como una sedimentación del proceso
histórico. La petrificación de la acción´esa inmovilización que
tiene tanto de crueldad cuanto de homenaje es el resultado de una
construcción específica de la verdad. La escultura homenajea un
semblante, conmemora una grandeza que quiere hacerse visibley que, en
cualquier caso, presupone un vago reconocimiento. Esa práctica
artística atraviesa nuestra cultura como algo que va perdiendo, en
su expansión, dignidad estética.La fidelidad al original, la
capacidad para transmitir el alma en las formas esculpidas, ceden
ante una sospecha de servtidumbre, la certeza de que ese campo se ha
convertido en espacio de los dobles, el simulacro, la copia, la
construción artesanal del yo decorativo.
El
siglo XX fragmentó y arrasó, entre otras cosas, ese sueño de la
identidad subsistente; la impostación escultórica sufrió, como el
marco de la pintura, la ortodoxia de la perspectiva o la armonía
musical, un desbordamiento sin precedentes. Por ello, cuando Juan
Gila se atreve a esculpir unos bustos y, además, a hacerlo con un
virtusismo técnico manifiesto, está incurriendo, conscientemente,
en un anacronismo.Su intespectividad conduce tanto a aquel construir
arcaico en el que la imagen tiene algo de autosuficiente, cuanto a la
modernidad de la estética de Giacometti que da cuerpo a sus
obsesiones repensando el sentido de la escultura. Las cabezas de Gila
no conmemoran ninguna vanidad, más bien dan por cerrada esa vía.
Esas cabezas calvas, deformes, esos rostros marcados con defectos
físicos parecen hablar de nuestra situación: son esculturas con un
contenido existencial soterrado. La ruptura de la armonia, la
deformidad podrían remitir a una violencia exterior pero creo que,
en el fondo, se refieren a una pugna inconfensable que acontecen en
el interior. El pensamiento febril de esos seres tortura su rostro,
nos ofrece un espejo de nuestros desasosiegos ante lo que
reconocemos como siniestro y, sin embargo, próximo. La ausencia de
pelo impide al lirismo de la cabellera, ese elemento que la escultura
romántica moduló hasta convertirlo en oleaje . Esa cabezas calvas
son de seres nihilistas, casi beckettiano. Su mundo es , como el del
autor de Esperando a Godot, el del estupor y la soledad, en sus ojos
rígidos se congelan también nuestra mirada. Es probable que sean
ciegos y, sin embargo, miran las cenizas del presente con un gesto
disonante que es moderno y al mismo tiempo prehistórico: anteriores
a la soberbia y la certificación de la identidad.
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