viernes, 14 de septiembre de 2018

EL PENSAMIENTO ESCULTÓRICO DE JUAN GILA . Texto de Fernando Castro Flórez

EL PENSAMIENTO ESCULTÓRICO DE JUAN GILA
Fernando Castro Flórez

En alguna ocasión ha señalado Blanchot que la representación esquemática del hombre en las cuevas prehistóricas podría ser interpretada no como un elemento de la composición sino precisamente como la marca que da cuenta del autor del resto de las figuras: una firma, por tanto, más que una imagen. El hombre trataría de asegurar su responsabilidad para con su creación por medio de su propia esquematización. La escultura podría cumplir, en ciertos casos, una función derivadade aquella testificación. No me refiero a algo tan evidente como que los ritos de la fertilidad, las formas de lo femenino o lo sacro en general se rigen por una estructuración espacial y objetual que han llegado hasta nosotros como restos de una disposición estética arcaica. Más bien pretendo proponer una lectura de la estatuaria que tiene por motivo a la figura humana y más en concreto e busto como una sedimentación del proceso histórico. La petrificación de la acción´esa inmovilización que tiene tanto de crueldad cuanto de homenaje es el resultado de una construcción específica de la verdad. La escultura homenajea un semblante, conmemora una grandeza que quiere hacerse visibley que, en cualquier caso, presupone un vago reconocimiento. Esa práctica artística atraviesa nuestra cultura como algo que va perdiendo, en su expansión, dignidad estética.La fidelidad al original, la capacidad para transmitir el alma en las formas esculpidas, ceden ante una sospecha de servtidumbre, la certeza de que ese campo se ha convertido en espacio de los dobles, el simulacro, la copia, la construción artesanal del yo decorativo.


El siglo XX fragmentó y arrasó, entre otras cosas, ese sueño de la identidad subsistente; la impostación escultórica sufrió, como el marco de la pintura, la ortodoxia de la perspectiva o la armonía musical, un desbordamiento sin precedentes. Por ello, cuando Juan Gila se atreve a esculpir unos bustos y, además, a hacerlo con un virtusismo técnico manifiesto, está incurriendo, conscientemente, en un anacronismo.Su intespectividad conduce tanto a aquel construir arcaico en el que la imagen tiene algo de autosuficiente, cuanto a la modernidad de la estética de Giacometti que da cuerpo a sus obsesiones repensando el sentido de la escultura. Las cabezas de Gila no conmemoran ninguna vanidad, más bien dan por cerrada esa vía. Esas cabezas calvas, deformes, esos rostros marcados con defectos físicos parecen hablar de nuestra situación: son esculturas con un contenido existencial soterrado. La ruptura de la armonia, la deformidad podrían remitir a una violencia exterior pero creo que, en el fondo, se refieren a una pugna inconfensable que acontecen en el interior. El pensamiento febril de esos seres tortura su rostro, nos ofrece un espejo de nuestros desasosiegos ante lo que reconocemos como siniestro y, sin embargo, próximo. La ausencia de pelo impide al lirismo de la cabellera, ese elemento que la escultura romántica moduló hasta convertirlo en oleaje . Esa cabezas calvas son de seres nihilistas, casi beckettiano. Su mundo es , como el del autor de Esperando a Godot, el del estupor y la soledad, en sus ojos rígidos se congelan también nuestra mirada. Es probable que sean ciegos y, sin embargo, miran las cenizas del presente con un gesto disonante que es moderno y al mismo tiempo prehistórico: anteriores a la soberbia y la certificación de la identidad.

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